Luego de varios meses de cuarentena debido al Covid-19, la salud mental de muchos se ha visto perjudicada. Una situación que ha ido pasando por varios periodos, con diversas preocupaciones.
La primera etapa fue la de la restricción inicial, en que los factores de estrés tenían que ver con una serie de variables como la longitud inicial de la cuarentena, la gran cantidad de información en los medios, la pérdida de nuestras rutinas, las dificultades financieras, la incertidumbre de contar con suministros necesarios, la frustración y el aburrimiento.
Se caracterizó por distintos grados de frustraciones y angustias asociadas a la pérdida de contacto con seres queridos, obtener fuentes confiables de información y evitar el contagio del Covid-19 e incertidumbre por los efectos económicos e inestabilidad laboral.
Ante esto, si bien la mayor parte de la gente lo ha podido sobrellevar, un número significativo de personas ha presentado algunos cambios y dificultades relacionadas con salud mental a estos pacientes se clasifica en dos grupos:
El primero está conformado por personas con trastornos psiquiátricos previos que experimentaron descompensaciones y el segundo corresponde a quienes presentaron nuevos trastornos psiquiátricos tales como:
- Desórdenes de ansiedad
- Trastornos del ánimo
- Abuso de sustancias
- Violencia intrafamiliar
- Trastorno por estrés postraumático.
- Estrés, burnout
Actualmente en esta tercera etapa tendrá inconvenientes por varias razones, pues no se retomará la rutina tal como era hasta antes de la pandemia, ya que nosotros y las cosas hemos cambiado. Estamos enfrentando nuevos desafíos, como la reciente expansión de un diferente modo de trabajar, la adecuación de la interfase físico-digital, además del clima emocional de tristeza y duelo que enfrentan muchas familias. Por lo tanto, será una especie de transición hacia algo progresivamente más definitivo.
La experiencia de países nórdicos muestra que después de un tiempo prolongado de confinamiento se puede presentar el Síndrome de la Cabaña, situación en que los humanos comienzan a experimentar el desgaste de la falta de contacto con la naturaleza, el aislamiento social y las rutinas de encierro prolongadas.
Además, este síndrome puede presentarse con baja en la motivación, dificultad para despertar, ansiedad, irritabilidad, siestas frecuentes, menos paciencia, decaimiento, desesperación y tensión, pero que debiera ceder gradualmente con el desconfinamiento.
El hecho de dejar el espacio de seguridad que otorga el hogar, acostumbrados por meses a la rutina de transitar por los mismos espacios, hacen que hoy salir al espacio público, con la rapidez vertiginosa de la calle y la incertidumbre de los nuevos cambios, puedan generar temor y ansiedad que habrá que enfrentar progresivamente haciendo una programación adecuada de la agenda y los ritmos horarios.
Entre las dificultades observadas están el deseo de evitar, aprensión, angustia, temor y ansiedad al momento de salir a la calle y, por ejemplo, tomar el transporte público o tener contacto con otras personas. Situaciones que podrían acompañarse de síntomas físicos como taquicardia, sudor o hiperventilación.
Se recomienda intentar que las salidas sean graduales, para ir experimentando poco a poco la sensación de control, logro y seguridad. También, confiar en la efectividad de las medidas de protección y resguardo para evitar el contagio, ya que es importante preocuparse por el cuidado y no aterrarse, de lo contrario la persona se arriesga a quedar inmóvil y congelada. Es esperable que exista un periodo de adaptación.